Sili[k] ... escupe con el alma

Mi corazón supura infección, infección de amor y de su pérdida.

Wednesday, June 22, 2005

Autoinmolación emocional

Quizá lo coherente y lo correcto no era esto, sino simplemente dejar hacer al espacio y al tiempo. Lo realmente coherente habría sido no hacer lo que he hecho. Lo sé. Lo lamento, pero ya no tiene arreglo. Tal vez porque quien no tiene nada que perder es precisamente el más capaz para hacer frente al miedo, me arranco el corazón, te lo enseño. Comprueba con tus propios ojos cómo es capaz de latir con independencia de mi cuerpo.Por eso, ahora que dices que no te sirven los sentimientos ni el arrepentimiento, pongo a tu disposición mi carne, el resto de órganos y los huesos.
Exprímelo hasta que caiga muerto. Muérdelo, no puedo sentir más dolor que el de abrirme el pecho. Sigue invadiéndolo con tus dedos, removiéndolo, libando cada rincón, retorciéndolo entre sudor. Úsalo y tíralo.
Hazlo gritar tan fuerte que pierda la voz, por si aún queda sangre en mis venas dispuesta a deciir “te quiero”. Sepárale violentamente las rodillas y colócate en medio. Así no podré postrarme y suplicarte de nuevo.
Adelante, hurga en el hueco vacío del corazón, aráñalo con saña y ensánchalo para que si se me ocurre algún día volver a colocarlo dentro, las cicatrices le amenacen y no se atreva a bombear más amor ni más sentimientos. Que le hagan saber de su estupidez, de su incapacidad para darse cuenta de lo que tiene antes de perderlo.

Luz artificial

Podría haber quedado ahí, postrada, desposeída, convertida en lluvia ocular que se refugia tras la ventana desde la que ver la vida pasar. Quizá debería haber disfrazado de negro a este músculo maldito que impulsó a mis piernas a correr hacia tu boca. Lo intenté. Lo cubrí de un velo que no dejaba pasar el sol, que aspiraba a dejar en barbecho esta tierra por cuyas grietas te colabas no hace tanto.
Pero la ciencia avanza y coloca bombillas cuando se esfuman los rayos. Luces de colores, directas o atenuadas, artífices de rincones en los que saciar el hambre que las frutas nacidas con el sol no calma.

(..)

Algún día, a ti, me gustaría referirme como “ella”, la mujer que me soporta y me completa. Me gustaría ser las letras en el anillo que corona tu dedo, en el mismo que me invade por sorpresa media hora antes del amanecer.
Quisiera que fueras la última, la que peina mis primeras canas, la que escucha conmigo las palabras iniciáticas del niño luchado. Tanto quisiera de ti, que no me atrevo a enunciarlo ni a reconocerlo, que insisto en negarlo, en buscar esa vida en la que no soy yo, sino sólo un retazo.
Porque te quiero te temo. A tu adiós, a tu indiferencia, a verme obligada a compararte con otras. Porque eres la medida de todas las cosas, de las mías, de todo aquello con lo que sueño.