Hijos del alcohol sincero
A quien no lo merece y a quien sí, a todos ellos. A los que gritan y callan, a los que aguantan y/o luchan, a todos ellos. A los que pienso y a los que olvido, sólo sé lo que quiero regalarles. No es una flor, ni mucho menos, tampoco un objeto. Debería bastarles con saberlo, con ser conscientes de que entre el espacio y el tiempo te he encontrado para decirte: te quiero.
La fusión, si te atreves, será tal, que los demás a lo más que aspirarán es a comprenderlo. Necesitarían una vida para ello, minutos, abrazos, segundos... que nunca poseerán. Lo más, un intento.
Te quiero, contigo, será eso, objeto indefinido, lleno en cada momento de un significado nuevo, rebosante día y noche de lo que te daré y de lo que busco para recrear en tu mañana y en tus sueños. Un desayuno simple, un lugar, arena que cae por mis manos hacia tu cuerpo y besos. Besos cóncavos y convexos, besos diferentes, besos que aprendieron a ser convencionales sólo para romper las reglas e inventar lo que nadie supo hasta el momento.
Nuestra tara será un espejo irónico y hueco en el que sus conceptos precocinados se convertirán en un aberrante icono obeso. Casa, hijo y coche, habremos convertido la esencia de sus sueños en el hedor de sus miedos, en la pestilencia de la cobardía que los adormeció para convencerles de que ser algo era no ser ellos.
Yo cantaré y tu escribirás, recíprocos cafés que nos entregaremos cuando las farolas aspiran a ser estrellas. Llegará entonces el día en que a oscuras creerán pelear nuestros agujeros negros, egos, yoes que si son sigmáticos sabrán que firmaron hace 3.000 millones de años, antes aún de la lucha, la paz del que sabe que se convertirá en modelo.
Nacerá entonces la nueva galaxia y veremos el quasar como esperpéntico, como fuego fatuo que sólo parece existir en nuestros pensamientos. Seremos conscientes, cuando el tiempo nos haya robado el hambre, de que si hay vida es porque contribuimos a ello.
La fusión, si te atreves, será tal, que los demás a lo más que aspirarán es a comprenderlo. Necesitarían una vida para ello, minutos, abrazos, segundos... que nunca poseerán. Lo más, un intento.
Te quiero, contigo, será eso, objeto indefinido, lleno en cada momento de un significado nuevo, rebosante día y noche de lo que te daré y de lo que busco para recrear en tu mañana y en tus sueños. Un desayuno simple, un lugar, arena que cae por mis manos hacia tu cuerpo y besos. Besos cóncavos y convexos, besos diferentes, besos que aprendieron a ser convencionales sólo para romper las reglas e inventar lo que nadie supo hasta el momento.
Nuestra tara será un espejo irónico y hueco en el que sus conceptos precocinados se convertirán en un aberrante icono obeso. Casa, hijo y coche, habremos convertido la esencia de sus sueños en el hedor de sus miedos, en la pestilencia de la cobardía que los adormeció para convencerles de que ser algo era no ser ellos.
Yo cantaré y tu escribirás, recíprocos cafés que nos entregaremos cuando las farolas aspiran a ser estrellas. Llegará entonces el día en que a oscuras creerán pelear nuestros agujeros negros, egos, yoes que si son sigmáticos sabrán que firmaron hace 3.000 millones de años, antes aún de la lucha, la paz del que sabe que se convertirá en modelo.
Nacerá entonces la nueva galaxia y veremos el quasar como esperpéntico, como fuego fatuo que sólo parece existir en nuestros pensamientos. Seremos conscientes, cuando el tiempo nos haya robado el hambre, de que si hay vida es porque contribuimos a ello.
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