Te siento
Las palabras son sonidos, son los gritos de nuestro cerebro; escritos, hablados o en silencio, expresan el dolor, el placer, un deseo o sentimiento. Somos lo que decimos, en parte, porque también se habla haciendo y haciendo, a su vez, se cambia el sentido de un concepto.
Aprendemos esas palabras, pero en una lengua concreta, por lo que no sólo bebemos letras, sino que lamemos una historia entera. Sorbemos la sangre de las que hicieron del “sufragio” algo universal, de quienes añadieron a “trabajo” una aspiración de dignidad; mordemos el polvo en la batalla de la “igualdad” y justo ahora dudamos si la violencia es de “género” o “familiar”.
Evolucionamos, nosotros. Evolucionan, pues, las palabras, porque lo hacen previamente los conceptos. Y si estos, además, son nuevos, callamos, escuchamos y el sonido nos da una respuesta: onomatopeya. Si no hubiera pistolas, no habría “bang”, si no hubiera teléfonos, no habría “ring”.
Somos pues, esclavos y dueños del lenguaje, por lo que es esencial entenderlo para entendernos y entendernos para crearlo y adaptarlo, para no equivocarnos al expresarlo. Por eso no digo te quiero. Al menos en un primer momento...
El verbo querer es extraño, subjetivo pero a la vez generalizado. ¿Qué entiendes por querer? Haz esta pregunta a cualquier persona. No te la sabrá responder sin embrollarse, sin acudir a menos de otros tres conceptos abstractos y difusos.
Por eso ahora no te quiero, porque no eres un objeto y porque tampoco me gustaría aplicarte un término que, para mí, es tan imperfecto. Por eso busco y, pensando, encuentro. Una mejor forma de expresar lo que quiere mi cerebro, lo que percibe mi cuerpo. Las neuronas me dicen que te siento. Te siento aquí, ahora que estoy lejos. En la cama me/te sentía dentro, de tu/mi mente y de tu/mi cuerpo.
Y ante esto, (malditas rimas), ante verbos –quiero y siento- hermanados por las vocales, sólo queda esperar a que venga el tiempo para que el sentir se transforme en lo que tú entiendes por querer o para que ambos se sumen y me hagan decir: “te quiero... seguir sintiendo...¿siempre?”.
Aprendemos esas palabras, pero en una lengua concreta, por lo que no sólo bebemos letras, sino que lamemos una historia entera. Sorbemos la sangre de las que hicieron del “sufragio” algo universal, de quienes añadieron a “trabajo” una aspiración de dignidad; mordemos el polvo en la batalla de la “igualdad” y justo ahora dudamos si la violencia es de “género” o “familiar”.
Evolucionamos, nosotros. Evolucionan, pues, las palabras, porque lo hacen previamente los conceptos. Y si estos, además, son nuevos, callamos, escuchamos y el sonido nos da una respuesta: onomatopeya. Si no hubiera pistolas, no habría “bang”, si no hubiera teléfonos, no habría “ring”.
Somos pues, esclavos y dueños del lenguaje, por lo que es esencial entenderlo para entendernos y entendernos para crearlo y adaptarlo, para no equivocarnos al expresarlo. Por eso no digo te quiero. Al menos en un primer momento...
El verbo querer es extraño, subjetivo pero a la vez generalizado. ¿Qué entiendes por querer? Haz esta pregunta a cualquier persona. No te la sabrá responder sin embrollarse, sin acudir a menos de otros tres conceptos abstractos y difusos.
Por eso ahora no te quiero, porque no eres un objeto y porque tampoco me gustaría aplicarte un término que, para mí, es tan imperfecto. Por eso busco y, pensando, encuentro. Una mejor forma de expresar lo que quiere mi cerebro, lo que percibe mi cuerpo. Las neuronas me dicen que te siento. Te siento aquí, ahora que estoy lejos. En la cama me/te sentía dentro, de tu/mi mente y de tu/mi cuerpo.
Y ante esto, (malditas rimas), ante verbos –quiero y siento- hermanados por las vocales, sólo queda esperar a que venga el tiempo para que el sentir se transforme en lo que tú entiendes por querer o para que ambos se sumen y me hagan decir: “te quiero... seguir sintiendo...¿siempre?”.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home